Teano y la proporción áurea

Por: Aoife Itziar Bernal McGee.

Descarga en español: Teano y la proporción áurea (ES)

Me acuerdo de un día en Atenas, antes de que todo esto sucediera, cuando la vida aún parecía ser en la forma en la que conocíamos todo, en el que decidí salir a caminar sola. Dejé a mi familia en el hotel, acicalándose con calma y planeando a qué hora saldrían para Monastiraki, uno de los barrios más llenos de toda la capital griega y en cuáles lugares pararían a comer. Yo quería volver al Partenón, así hubiésemos estado allí el día anterior.

Esto no sería ninguna novedad, ¿qué podría tener de extraño encontrar a una persona que había estudiado filosofía contemplando la Acrópolis de Atenas? Casi que decirlo suena a cliché, a uno de esos mandamientos de típico primíparo de Filosofía, justo después de aquel que dice que debes aprender griego o latín y presumir que lo sabes introduciendo una cita en estos idiomas siempre que se dé el lugar (especialmente si es un ambiente en el que nadie más lo entiende y te tienen que pedir explicaciones) y antes del mandamiento que dice que debes usar palabras rimbombantes y totalmente fuera de contexto solo para que todas las personas a tu alrededor crean que lees mucho, aunque en realidad solo te sabes esas palabras porque las encuentras en artículos de chismes publicados en Facebook que lees en las madrugadas de insomnio.

Pero bueno. Aunque no puedo decir que ese no era mi caso ni negar que en el momento que supe que iríamos a Grecia hice una lista, similar a la peregrinación de la ruta de Santiago de Compostela, con los lugares filosóficamente atractivos a los cuales quería ir al estar allá, tales como el lugar donde murió Sócrates o al Templo de Zeus Olímpico. Ese día pasó algo diferente. Llegué totalmente ensimismada, pensando en los Peripatéticos y cómo hubiera disfrutado mis clases de haber sido impartidas en este estilo; dándome cuenta de lo inútil que había sido el asistir a clases de griego antiguo por dos años porque a la hora de la verdad te entendía hasta hablando en inglés o haciendo señas; y recreando en mi mente muchas de tantas historias que había conocido en mis cuatro años de estudio. Pero tan pronto llegué al Partenón un suceso me sacó de inmediato de la nube en la que estaba.

Había una fila larguísima, llegaba casi que tres cuadras más allá de donde había estado el día de ayer, cuando había estado con mi familia. La cantidad de gente era más que el doble de la que había visto y ni hablar de lo mucho que eso hacía que aumentara la cantidad de ruido que de por sí ya me había molestado en mi primera visita. No pude hacer más que esperar, distraerme mirando el cielo o a los turistas que pasaban, intentar adivinar los idiomas en los que hablaban las personas que esperaban junto a mí y reprocharme si debí haber optado por un plan más relajado, como el que mi hermano y mis papás ahora estaban disfrutando.

Pasada una hora de espera y luego de solo haber avanzado un par de metros, decidí no preocuparme más, dedicarme a contemplar lo que estaba viviendo y aprender algo de toda esa habitual situación que quién sabe porqué razón a mí me había tomado de sorpresa si era de esperarse. Por mi lado pasaban personas vendiendo toda clase de cachivaches, desde libros clásicos de la literatura griega hasta sandalias con el nombre de Hermes, a las cuales les atribuían el ser tan cómodas que al usarlas sentirías como si estuvieras volando. Y también estaban las personas locales viviendo su cotidianidad, personas yendo a la tienda, vecinas encontrándose, niñas y niños que se dirigían a clase; parecía ser que se habían acostumbrado a que su realidad estuviera rodeada de personas como yo, que observábamos su diario vivir como si se tratara de una realidad divina.

En ese momento me percaté de una pareja que estaba junto a mí. Ellas no se encontraban en la fila, no les interesaba esperar ni acercarse a la gran construcción, lo único que tenían en mente era tomarse fotos justo desde el ángulo desde el que estábamos. Ya que no tenía mucho más que hacer, me dediqué (sin darme cuenta de que lo estaba haciendo) a observarlas. Noté como se tomaban fotos la una a lo otra, luego me ofrecí (para disimular lo incómodo que había sido el estarlas mirando tan fijamente y que se dieran cuenta) a tomarle una foto a ambas y, finalmente, sacaron una pequeña plantilla hecha en acetato con un grabado en dorado, la pusieron de forma tal que cubriera la arquitectura, tomaron la foto, se despidieron y se marcharon.

Esta última acción me dejó desorientada, no entendía qué habían hecho, no había alcanzado a ver lo que se encontraba dibujado en aquel plástico transparente ni qué hubiesen querido capturar con esta foto. Me encontraba tan perdida en mis pensamientos que ni siquiera noté la niña que estaba a mi lado y que ahora me estaba hablando. Estaba tan ausente que en un comienzo incluso dudé de si realmente se estaba dirigiendo a mí.

Era pequeña, parecía de unos cuatro o cinco años, tenía cara de ni siquiera tener edad de ir al colegio y se veía totalmente tranquila y ya acostumbrada a esa concurrida vida, de esa manera en que solo puedes desenvolverte cuando llevas todos tus días topándote con miles de personas de diferentes lugares del mundo. Me hablaba con tanta naturalidad y con tanta facilidad que ni siquiera parecía que el inglés no fuera su lengua materna. Me dijo:

―Es el número de oro, la proporción áurea. ¿La conocías?

―¿Perdón?―le contesté. Como ya dije, dudé de si era a mí a quién le hablaba.

―Lo que ellas tenían, lo que estaba pintado en ese juguete que ellas sacaron para la foto.

                              Imagen 1.

En ese momento noté que por “juguete” se refería a la plantilla que la pareja había utilizado para la última foto y que el grabado que no había alcanzado a reconocer era una representación de la tan conocida proporción áurea (ver la imagen 1).

―¿La conocías ya? ―le pregunté con sorpresa. Mi reacción no solo se debía a la conversación, sino a lo increíble que me parecía que una pequeña de su edad pudiera hablar de este tema con tanta seguridad.

―Claro ―me respondió con un tono burlesco―, tengo el mismo nombre de una de las mujeres que más estudió ese tema.

Al escuchar esto, no podía más de la curiosidad. La fila empezó a avanzar, pero yo decidí salirme, quedarme junto a aquella niña de la que ahora quería saber su nombre. Mis planes habían cambiado, estaba dispuesta a pasar el resto de mi mañana escuchando la historia que presentía que estaba por escuchar. Así que le pedí que prosiguiera.

Empezó por decirme que se llamaba Teano, igual que una de las pocas pitagóricas de las que se tiene información; me dijo que ella había nacido en Atenas, justo en la casa frente a la que nos encontrábamos paradas, pero que Teano, la primera, a la que ella le debía su nombre, había nacido en Crotona y había estudiado números (para referirse a matemáticas), la clase que dice cosas de los objetos (luego entendí por contexto que se refería a la física) y medicina. Y me contó que de ella solo se conservaban unos cuantos fragmentos de libros, unos que ella misma podría leer cuando estuviera más grande y supiera hacerlo. Pero que lo que sí sabía, porque su abuela se lo había explicado varias veces, era que a ella se había dedicado a pensar sobre un caracol que formaba el tamaño de cómo deben ser las cosas divinas, ese que se llama proporción áurea o número de oro.

Hablé con la pequeña Teano una media hora o un poco más, me contó de la ciudad, de su casa, de ella y de todo lo que había aprendido de su abuela y lo que ya sabía aunque no hubiese ido al colegio todavía, tal como yo lo sospeché en un comienzo. Me recomendó lugares (la mayoría de ellos parques) y me dijo cuál era su comida favorita para que recordara comerla antes de que me fuera de la ciudad. Luego de esto nos despedimos y yo volví al hotel a leer un poco más sobre la pitagórica de la que habíamos hablado.

Llegué al hotel, me bañé y mientras esperaba mi almuerzo empecé a leer lo que encontraba en internet sobre Teano la pitagórica. Tenía un recuerdo muy vago de ella, al fin de cuentas no es que mi formación filosófica incluyera muchas mujeres y menos de esa época; de lo poco que recordaba me sonaban dos textos: por un lado, Sabias. El lado oculto de la ciencia un libro que leí para una clase, en la cual hablaban de ella, pero no hacían más que atribuirle sus avances intelectuales a la cercanía que tenía con Pitágoras (como si no fuera suficiente con que todo lo que se escribía en esa escuela se le atribuyera a él); y, por otro lado, pensaba en el tratado Sobre la piedad, tenía la idea de que esta obra había sido escrita por ella, así que decidí buscar por ahí.

Efectivamente, Teano fue una de las dieciséis mujeres que hicieron parte de la escuela pitagórica y del tratado que recordaba se han hallado unos pocos fragmentos, con los cuales se da sustento a un disquisición sobre el número; y otras fracciones de textos en las que se puede observar su teoría sobre la proporción, puntualizando en la áurea, tal como me lo había contado la pequeña hoy. Esta pitagórica pensaba que el mundo estaba regido por el número y, por eso, dedicó su vida y su estudio a buscar la armonía de las formas y la perfección que se halla en las cosas divinas.

Leí que el número áureo se representa con la letra phi (φ) y es el primer número irracional (esto significa que su representación decimal es infinita y no tiene período, para aquellos que están leyendo y tampoco saben mucho de matemáticas, como yo) que conocieron los griegos. Encontré artículos muy entrados en su ciencias, en los cuales se mostraba la representación mediante radicales decimales (ver imagen 2); se demostraba cómo al dividir la longitud de la diagonal entre la longitud del lado del pentágono que aparece en el signo de la escuela pitagórica, el pentagrama; o se decía que uno de sus atributos más curiosos es que su cuadrado (Φ2 = 2,61803398874988…) y su recíproco (1/Φ = 0,61803398874988…) tienen las mismas infinitas cifras decimales.

                               Imagen 2.

Pero lo realmente impactante para mí, y que le daba contexto a toda la situación que había vivido hoy, era que Teano descubrió que se trataba de una proporción que se encuentra tanto en las figuras geométricas como en la naturaleza, por lo que es posible encontrarla en el grosor de las ramas, en el caparazón de un caracol, en los flósculos de los girasoles o las nervaduras de las hojas de algunos árboles, por solo dar algunos ejemplos. Y en ejemplos de obras de arquitectura y de arte, de las cuales se ha descubierto la inclusión de esta proporción en el diseño. Lo que permite que se le atribuya un carácter estético a los objetos cuyas medidas guardan la proporción áurea.

Era tan poca la información que había en internet que se relaciona con Teano y yo estaba tan concentrada en mi lectura y en intentar entender lo que estaba encontrando que ni siquiera me di cuenta del momento en que mi familia llegó a la habitación del hotel y me invitó a salir a comer. Obligándome a parar la pequeña investigación que le da sentido a este relato.

7 Comments

  1. Jaime Daniel Bernal Gonzalez dice:

    Excelente el artículo, bien desarrollado y la manera encantadora de hacerlo atrae y lo lleva uno a sentir que uno está al lado¡¡¡ Y, la unión de temas es muy atractiva y sugestiva, dejando entrever que podría continuar por la autora o por uno mismo. Felicitaciones¡¡¡¡

    • ¡Hola, Jaime!

      Muchísimas gracias por tu comentario, nos alegra mucho que hayas disfrutado este contenido, pronto estaremos publicando más artículos de la colección «La evolución de nuestro pensamiento».

      Te invitamos a leer los otros artículos que hemos publicado y que nos cuentes qué piensas de ellos.

  2. Sandra Lince dice:

    Felicitaciones Aoife. Lo disfruté muchísimo. Me encanta la narrativa que utilizaste. Y sobre el contenido es muy valioso que desocultes a Teano, una mujer importante en el desarrollo del conocimiento y que además expliques de un modo tan acertado el número aureo y su relación con la belleza en la naturaleza.
    Muchas gracias

    • ¡Hola, querida Sandra!

      Muchas gracias ti por tomarte el tiempo de leer este artículo y por ayudarme en este proceso de desocultamiento de mujeres filósofas. Si se te ocurre alguna de la que podría hablar, me encantaría saber tus sugerencias. (Aunque debo admitir que ya tengo a Cristina de Pizán entre una de las primeras de mi lista).

  3. Sandra Lince dice:

    Felicitaciones Aoife. Lo disfruté muchísimo. Me encanta la narrativa que utilizaste. Y sobre el contenido considero que es muy valioso que desocultes a Teano, una mujer importante en el desarrollo del conocimiento, y que además expliques de un modo tan acertado el número áureo y su relación con la belleza en la naturaleza.
    Muchas gracias.

  4. Diana Hoyos Valdés. dice:

    Felicitaciones, Aoife. Muy bello e interesante tu relato. Me encantaron las dos Teano. En Sabias, la cara oculta de la ciencia, aparecen muchas otras figuras desconosidas cuyas historias son apasionantes. Y hay otro libro que amé y que también desoculta muchas figuras femeninas de todos los tiempos con un estilo impecable: Mujeres, de Eduardo Galeano. Muy recomendado. Te va un gran abrazo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *